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Pablo Knopoff en La Nación – 2/12/2018

Una cumbre “increíblemente perfecta” que Macri
sueña proyectar a su futuro

Por Claudio Jacquelin

“Fue increíblemente perfecto”. Con esa frase Mauricio Macri resumió lo que para él y su gobierno fue la Cumbre del G-20 , que había presidido hasta hacía solo un par de horas. La respuesta dada a este cronista opacó el “no podría haber salido mejor”, que repetían sus funcionarios: aunque esas manifestaciones verbales no alcanzaban a
expresar suficientemente el entusiasmo que sí manifestaba su lenguaje gestual.

Para el Presidente y sus ministros, no faltaban motivos para el entusiasmo. Macri tiene ahora una suma de resultados positivos concretos que puede mostrar y buscará capitalizar tras este encuentro, que captó buena parte de la atención global. Al menos, en cuatro dimensiones se alcanzaron logros significativos, cuya concreción podía
ponerse en duda hasta hace casi nada.

Para el mundo, sobresalen el consenso alcanzado entre los líderes, a pesar de los malos augurios que lo precedían, tanto como la organización prácticamente sin fallas de la propia cumbre, que fue alabada por unanimidad. Lo corroboraron los elogios que en sus cuentas de las redes sociales le dedicaron varios de los jefes de Estado.

El acuerdo que se plasmó en el documento es, además, realzado tanto por los argentinos como por los gobiernos extranjeros, en contraste con los estrepitosos fracasos a la hora de llegar a un pronunciamiento conjunto en la reciente cumbre del foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) y en la del G-7 , en junio pasado. Un buen punto.

Para la Argentina, debe destacarse el récord de diecisiete reuniones bilaterales que tuvo Macri en 72 horas y un número relevante de anuncios con consecuencias concretas. A ello hay que sumar la ausencia de disturbios en las calles, que todos daban por descontados. Un éxito, dado los antecedentes foráneos de estos encuentros y las
prácticas locales a la hora de las protestas y las manifestaciones, aun por cuestiones menores y de relativa repercusión.

Finalmente, debe ponderarse la escenificación que le dio visibilidad para el público en general, en especial con el espectáculo en el Colón. Su televisación superó por momentos los 16 puntos de rating y se convirtió en tendencia en las redes, a partir de la inusual imagen de un Macri emocionado hasta el llanto, acompañado por los más
poderosos del planeta, que aplaudían y lo saludaban efusivamente.

La pregunta es cuánto podrá capitalizar en términos de política interna y de cara al proceso electoral del año próximo. En definitiva, si tendrá efectos palpables en la realidad cotidiana y si la euforia oficial encontrará motivos para sostenerse cuando bajen los efectos iniciales de esta fiesta. Una primera aproximación muestra la ausencia
inicial de críticas relevantes de los opositores y hasta el reconocimiento de algunos de ellos de que la cumbre ha sido positiva para el país. Es un dato.

Hoy nadie quiere ser visto como un aguafiestas, aunque en forma reservada algunos busquen bajarle el precio y planteen dudas del posible efecto positivo real que podría tener para Macri y para Cambiemos. “Mañana tienen que empezar a dar respuesta a los problemas de los argentinos, que es lo que la sociedad espera. Esto no cambia la
realidad”, decían en el peronismo alternativo, en coincidencia con varios kirchneristas.

El análisis de aquellas cuatro facetas antes mencionadas puede aportar algunos elementos más a la hora de evaluar la importancia de lo ocurrido, al margen de su impacto en la opinión pública, tanto en lo inmediato como en el mediano plazo. Las consecuencias de largo plazo en el humor social entran en la Argentina en el terreno de
la política ficción.

Macri y sus funcionarios sostienen que el “Acuerdo de Buenos Aires”, como lo pretenden registrar mundialmente, también debe verse como un apoyo a la Argentina. En la conferencia de prensa, el Presidente fue taxativo: “Todos nos han dicho que estamos en el camino correcto y que hemos avanzado. Por eso estuvieron acá y dijeron
lo que dijeron”.

Además, presentaron esos gestos como una continuidad de la predisposición que oportunamente tuvieron grandes potencias, como Estados Unidos, Francia y Alemania, para que se aprobara el crédito de urgencia del FMI.

La ocasión fue aprovechada, también, para subrayar las diferencias con los gobiernos kirchneristas. Varias veces Macri mencionó el aislamiento que tenía el país hasta hace tres años. Incontrastable. Y ante los 250 periodistas argentinos y extranjeros que lo escuchaban hizo referencia cuatro veces a la corrupción y la transparencia, no hacía
falta agregar referencias temporales. Incluso, destacó que se hubiera puesto en el documento final una referencia en el capítulo de la infraestructura, como si fuera un aporte personal. Es un juego que disfruta.

Por las dudas, varias veces Macri admitió en la conferencia de prensa que la situación es muy dura para muchos argentinos. No parece un momento para pecar de exitismo. En el terreno de los acuerdos, se espera que los que están relacionados con la reactivación de la obra pública se puedan visibilizar durante 2019. Otra apuesta a la durabilidad de los efectos positivos de este momento de entusiasmo y, sobre todo, con ambición de impacto electoral.
En cambio, nadie se anima a poner en riesgo su credibilidad afirmando que la paz callejera de estos días esté asegurada hasta fin de año. Un riesgo sería que el éxito del operativo de seguridad produjera confusiones y se lo quiera poner a prueba en otras circunstancias. El blindaje a la ciudad no es sustentable.

Por último, queda la evaluación del impacto de algunas imágenes de la cumbre. Tanto la del consenso alcanzado como, sobre todo, la de las lágrimas presidenciales en el palco del Colón. Muchos llegaron a comparar esa escena con el beso entre Macri y Juliana Awada que selló la suerte del debate televisivo presidencial en el que enfrentó a Daniel
Scioli, en 2015.

Proyecciones

Para su colega Pablo Knopoff, de Isonomía, lo ocurrido en los últimos dos días puede marcar este semestre para Macri, sobre todo porque se produce en un momento en el que la caída de su imagen se detuvo y se está estabilizando. “El G-20 podría ser la etiqueta de este semestre para transformarlo en un período de signo positivo. También será un elemento potente la imagen de Macri rodeado de los pesos pesados del mundo. Habrá que ver cómo se la valora”.

Federico Aurelio, de Aresco, considera que la cumbre consolida una imagen del Gobierno, que la sociedad aprecia, que es la de la inserción en el mundo. Pero abre signos de interrogación al evaluar si lo visto en estos días tendrá efectos electorales. Si frente a las urnas será recordado y cómo. Tal vez sea demasiado prematuro sacar conclusiones, pero el balance del G-20 deja un resultado de palpable densidad y elevado impacto, que da plafón a las elucubraciones. Y podría ser una nueva plataforma más estable donde el oficialismo pueda pararse para empezar el año electoral, después de siete meses de temblores. Es lo que piensan y con lo que se ilusionan en el Gobierno.

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