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Isonomía en La Nación – 11/11/2018

Macri, en el peor momento de la economía

Los días de noviembre registran una inflación más moderada. No es un mérito de la
economía. Es la consecuencia de una recesión más profunda que la que cualquiera
imaginaba. ¿Para qué aumentarían los precios de productos que nadie comprará? Ya los
precios actuales se fijaron a un dólar de 40 pesos que no bajaron cuando el dólar bajó.
Solo en septiembre la actividad económica cayó un 5 por ciento, la inversión se
desplomó un 20 y el consumó cayó un 10. La inflación no volverá a ser del 6,5 por ciento
mensual, como lo fue en septiembre, pero tendrá coletazos altos hasta febrero, por lo
menos. La imagen de gestión del Presidente se despeñó también junto con la economía
en los últimos meses, pero es el líder mejor valorado todavía por un tercio de los
argentinos. Cristina Kirchner también conserva su tercio de imagen positiva. Los dos
cristalizaron sus núcleos duros más allá de sus peripecias políticas. Macri tiene lo suyo a
pesar de la inestabilidad económica, y parece que Cristina no perderá lo que tiene ni
aunque encontraran una caja fuerte llena de dólares debajo de su cama.
Si bien la inflación empezó a ceder, nada indica que por ahora se haya encogido la
dimensión del conflicto laboral y social. En los días de furia de la crisis, cuando ni Macri
sabía cómo terminaría todo, la parálisis y el pánico afectaron a todos los sectores
sociales y políticos. Ahora, cuando el dólar tiende más a la depreciación que a otra cosa,
las consecuencias de la crisis desataron reclamos, algunos legítimos, otros salvajes y
algunos también cargados con un fuerte sesgo político y electoral. En ese contexto, el
Gobierno recurrió a una decisión heterodoxa como fue la estipulación por decreto de un
bono obligatorio de 5000 pesos para los trabajadores privados. Digan lo que digan, ese
bono se explica por la necesidad política de descomprimir el mes de diciembre. Es el
argumento último, pero el más importante que se escuchó de fuentes oficiales
inmejorables. Moderaron la condición obligatoria del bono con una cláusula que
permite que ese ingreso sea a cuenta de futuros aumentos. Permite, no obliga.

El problema es que la recesión no solo afecta el salario de los trabajadores, sino también
la economía de las empresas. La recesión significa que la actividad económica cae, y cae
para todos. Para peor, el 60 por ciento del ajuste lo hizo el sector privado con nuevos
impuestos. De hecho, el dólar para la soja está hoy en 25 pesos si se descuentan las
retenciones; para los otros exportadores está en 31 pesos por los derechos de
exportación. Muy por debajo del valor de mercado de la moneda norteamericana. La
paridad de equilibrio del tipo de cambio, según un estudio de Orlando Ferreres, es ahora
de 42 pesos, si se tienen en cuenta la inflación local y la internacional.
Es probable que la CGT levante el paro general de 36 horas convocado para este mes,
que siempre fue impulsado por los Moyano y por los gremios combativos más que por
los grandes sindicatos. Entre los grandes gremios está el del transporte. Si este no se
plegara a una medida de fuerza, como se anticipó, ningún otro sindicato se animará a ir
a una huelga general. El coraje gremial se reduce a que no haya colectivos y
subterráneos. Nadie puede descartar, con todo, huelgas salvajes como la de los
trabajadores de Aerolíneas Argentinas. Es posible que algunos reclamos de esos
sindicatos aeronáuticos sean legítimos, pero el método es ciertamente detestable. Los
paros de las aerolíneas en el mundo, que existen, se anuncian por lo general con quince
días de anticipación. El paro se hace contra la empresa, no contra los pasajeros. Aquí,
cierran las puertas de los aviones en las narices de los pasajeros. La mayoría de ellos
viaja por compromisos laborales, familiares o para resolver problemas de salud. La
privatización de Aerolíneas Argentinas no está en los planes de Macri, pero sus propios
trabajadores están conduciendo las cosas hacia decisiones drásticas. Se mezclan, como
en muchos otros casos, la protesta legítima y los intereses políticos y electorales. No es
una novedad que la conducción del sindicato de pilotos, por ejemplo, milita en el
kirchnerismo.
Según conclusiones de economistas privados y de la Secretaría de Trabajo, la caída del
salario real es importante, pero no se han perdido fuentes de trabajo significativas. Solo
hay un goteo mensual de merma de trabajo, desde hace 18 meses, en la industria y, en
menor medida, en la construcción. El comercio no tuvo grandes pérdidas. La única
novedad es que no creció el empleo público, que fue durante la época de Cristina
Kirchner el disimulo perfecto de la desocupación. Un millón de trabajadores más
entraron al Estado; todavía están ahí.
Una fuerte presión sindical para el aumento de salarios podría provocar una mayor
desocupación en el sector privado. Por algo, Moyano aceptó un aumento del 40 por
ciento para los camioneros, cuando la inflación de este año llegará seguramente al 45
por ciento. Prefiere tener afiliados a no tenerlos. Ahora, la relación entre salarios e
inflación dejó a las remuneraciones un 15 por ciento por debajo de los precios. El
Gobierno espera que en marzo, cuando se hayan cerrado varias paritarias, la pérdida del
salario real sea solo del 4 o 5 por ciento. Es la solución Moyano. Son, al mismo tiempo,
las últimas gestiones de Jorge Triaca al frente de la Secretaría de Trabajo. Se irá a fines
de diciembre o, como mucho, en marzo. Sus problemas no son con el ministro de
Producción, Dante Sica. Su desgaste comenzó cuando firmó un acuerdo con la CGT por
la reforma laboral que la central obrera no respetó nunca. El propio Triaca reconoce que
el “diálogo con los muchachos” está corroído por las promesas incumplidas.
La borrasca de la crisis dejó pocos cambios en las mediciones de opinión pública. Desde
hace 100 días, Macri estabilizó su caída en las encuestas, según una medición de
Isonomía. Poliarquía registró el mismo fenómeno en los últimos dos meses. Las dos
consultoras coinciden en que el estado de la opinión pública es contradictorio. Las
expectativas, la confianza y la esperanza sobre el futuro están en los mínimos históricos
de la gestión de Macri. Pero sigue teniendo entre el 34 y el 37 por ciento de aprobación a
su gestión. La intención de voto a su favor, según Isonomía, varía entre el 32 y el 35 por
ciento. Para esta encuestadora, la imagen personal positiva de Macri llega al 42 por
ciento. Poliarquía se queda en el 35 por ciento de aprobación de la gestión y, por ahora,
no pregunta sobre intención de voto. Para Isonomía, Cristina retiene un 35 por ciento de
imagen positiva y una intención de voto de entre el 20 y el 25 por ciento. Siempre tuvo
mejor imagen que votos.
Ahí están dos tercios de la sociedad. El mérito del Gobierno es haber conservado esos
índices a pesar de una crisis imprevista, profunda y devastadora. El trofeo de Cristina
consiste en retener esos números a pesar del permanente zamarreo judicial por
presuntos hechos de corrupción y por la herencia que dejó y que -todo hay que decirlo-
Macri no la exhibió. El tercer tercio es un espacio vacío, donde varios dirigentes
peronistas bailan solos, sin suerte. Sergio Massa tiene peor imagen que Macri y Cristina.
Los otros no tienen mala imagen; simplemente, no tienen imagen.
Con esos números, es probable que Macri, Cristina y Massa vuelvan a protagonizar la
oferta electoral de 2019. Igual que en 2015, parecido a 2013. La economía, ya sea
enferma o convaleciente, influirá dentro de un año -aunque no solo ella- en la elección
de uno de esos tres políticos que se atraen y se odian con la misma intensidad.

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