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Isonomía en La Nación – 8/06/2017

Se renueva el contrato tácito entre Macri y Cristina

Por: Carlos Pagni

En 2011, cuando consiguió la reelección porteña, Mauricio Macri recibió una felicitación telefónica. Era Cristina Kirchner , quien, además de agasajarlo, como de costumbre, le explicaba: “Mauricio, de aquí para adelante sólo quedamos vos y yo”. Ese contrato tácito, en general incómodo, promete renovarse. Sobre todo, si la ex presidenta corrobora la profecía de sus seguidores y se postula para una senaduría bonaerense.

Al mantener su vigencia, la señora de Kirchner auxilia a Macri frente a su principal problema. Los resultados de su política económica todavía no son todo lo estimulantes que haría falta para que él pueda pedir el voto como un premio por su administración. El Gobierno puede exhibir algunos méritos. La reactivación se viene acentuando trimestre contra trimestre.

Esa mejora ha permitido que, entre agosto pasado y hoy, se hayan recuperado unos 120.000 puestos de trabajo. La misma cantidad que se había destruido entre enero y agosto del año pasado. Según el Estimador Mensual de Actividad Económica, los sectores más dinámicos son la pesca, la construcción, la energía, el negocio bancario y el inmobiliario. La industria manufacturera creció en marzo 2,5%: en ese mes no se registraba un número similar desde 2013. La gran conquista, sin embargo, es el descenso de la inflación. En el Banco Central apuestan a que el índice de mayo sería 1,5%; el de junio, 1,2%, y en julio, tal vez, 1%. Macri comenzó a decir “la inflación es asunto mío” porque pensaba llevar a las elecciones este trofeo. Está cerca de lograrlo.

Este panorama excluye las euforias. La instrucción que emite la Jefatura de Gabinete desde su panóptico para los voceros del Gobierno es no cantar victoria. Cualquier mensaje sobre la vida material debe ir acompañado de un empático “sabemos que hay muchos argentinos que todavía la están pasando mal”. Los vaticinios medidos en semestres deben ser reemplazados por “20 años de estabilidad”. La máxima excitación estará dada porque “cada día estaremos un poco mejor”. Leídas con la parsimonia monacal de Marcos Peña, estas consignas pueden ser narcóticas. Ni revolución productiva ni vamos por todo. El gradualismo es, también, emocional.

El principal activo del oficialismo sigue siendo el que le permitió llegar al poder: la política. Se refleja en las expectativas. Según el mismo sondeo, el 58% cree que en un año el país estará mejor; el 24% cree que estará peor, y el 14%, igual. Quiere decir que, a pesar de que el día a día sigue siendo trabajoso, la mayoría confía en que los sacrificios tendrán su recompensa.

Este pacto del Gobierno con quienes lo sostienen llega a extremos sorprendentes. Según el mismo estudio, un 43% de los consultados votaría a los candidatos de Cambiemos aunque la situación material no mejorara. Un 46% no lo haría. Se podría inferir que Macri es el depositario de un mandato de regeneración político-institucional capaz de disimular la mediocridad de la economía. Consigue el voto por diferenciación con el estilo autoritario del kirchnerismo. Y, sobre todo, con su imagen de corrupción. Un activo que se transforma, ante el menor desliz, en un riesgo.

Cristina Kirchner ayuda muchísimo a esta narrativa, porque mantiene viva la memoria. Además, su resistencia a admitir cualquier error ayuda al Gobierno a sostener sus tesis principales: el peronismo no puede renovarse y, por lo tanto, su edad de oro sigue estando en el pasado. Es una ventaja invalorable. Porque, en política, el campo de batalla siempre es el futuro.

Que la señora de Kirchner carezca de autocrítica no es sólo resultado de su convicción o de su megalomanía. También es una táctica. Ella supera el 60% de imagen negativa. Ese techo es infranqueable. En esos casos, al líder sólo le cabe replegarse sobre la identidad del propio grupo. Es decir, defender a ultranza las propias experiencias y, sobre todo, presentar cualquier cuestionamiento interno como una infiltración del adversario. Nada que sorprenda. Cuando en los tempranos 90 Raúl Alfonsín, acorralado por la opinión pública, debió resistir la embestida de Eduardo Angeloz, arguyó: “No estamos protagonizando una disputa entre radicales. Estamos ante el intento del neoconservadorismo, instalado en la Casa Rosada, de capturar a la UCR”. Angeloz era un instrumento de Menem. Que se prepare Florencio Randazzo para ser un instrumento de Macri. Cristina Kirchner cumple su contrato con Macri. También ella polariza.

El estudio de Isonomía detectó la rigidez de esta contradicción. Por ejemplo: 55% de los encuestados dice haber visto obra pública en su barrio. Sin embargo, entre los que simpatizan con Macri, ese número llega a 62%, y entre los que quieren a la ex presidenta, desciende a 34%. 51% cree que Macri va a doblegar la inflación. Entre los oficialistas, el porcentaje llega a 71%, y entre los kirchneristas, baja a 18%.

Sergio Massa suele reprochar a sus amigos oficialistas que hayan preferido a la señora de Kirchner como adversaria. Pero esa organización del juego, para la cual sólo existen dos colores, parece estar impresa en la percepción social. El Gobierno debió revisar su plan originario, que consistía en alentar la división del peronismo. Pero resulta muy dificultoso formular una propuesta que cuestione al mismo tiempo a Macri y a su antecesora. El que critica a Macri trabaja para Cristina Kirchner. Y viceversa.

Esta premisa del tercero excluido es un gran desafío para Randazzo. Massa es, para él, un espejo que adelanta: no logró avanzar sobre el voto kirchnerista. Un detalle interesante: entre los que simpatizan con el Frente Renovador, la apreciación de la obra pública llega a 60%, casi igual que entre los simpatizantes de Macri.

La polarización plantea un enigma sobre el papel las primarias. ¿Serán, de hecho, una primera vuelta? Es decir, los que voten en agosto por terceras opciones ¿terminarán optando en octubre por una de las dos fuerzas en contradicción? Es un riesgo para Massa. También para Randazzo.

El ex ministro del Interior, al desaparecer más de un año de la escena, perdió popularidad. Y está flaqueando el apoyo de varios intendentes. Él prefiere enmascarar estas falencias reclamando una interna con su ex jefa. Ayer su socio, y antiguo adversario, Julián Domínguez citó al presidente del PJ, Fernando Espinoza, quien habría citado a la ex presidenta, diciendo que no le darán esa posibilidad. Cristina Kirchner inscribiría una alianza de la que participarían el PJ y otras agrupaciones, como Nuevo Encuentro, de Martín Sabbatella; Miles, de Luis D’Elía; o Martín Fierro, de Jorge Aragón; si Randazzo quiere competir dentro de esa liga, que tal vez se llame Frente Ciudadano, debería conseguir los avales de todas las fracciones, que no se los darían.

Tal vez Randazzo termine, a pesar suyo, cumpliendo con el consejo que le dio Miguel Pichetto: presentarse con una fuerza propia. Debería evitar que el enfrentamiento automático entre el Gobierno y la ex presidenta disuelva en las elecciones generales lo conseguido en las primarias.

Macri, como todo buen político, ocultó ayer su interés en esta trama. Dijo que le es indiferente el destino de su predecesora. Sin embargo, como sus principales asesores, cree que su éxito depende de ella. Aunque el retorno de Cristina Kirchner al Congreso signifique, más adelante, un obstáculo en la negociación con el PJ. No porque la impida, sino porque la encarecerá. Un problema que no llegará a plantearse si el Gobierno pierde en las urnas bonaerenses. Macri y su antecesora están atados uno al otro. La animadversión siempre es garantía de supervivencia. Lo explicó Borges en aquellos versos geniales sobre Rosas: “Es menos una injuria que una piedad demorar su infinita disolución con limosnas de odio”.

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